La primera vez que nos besamos sentí como sus manos bailaban inseguras y los labios, los suyos, pero también los míos, pensaban por nosotros. Y mi respiración se detuvo de repente, porque mi cerebro se paró por un instante y no me permitió hacer nada que no fuera sentirle a él. Me entró el deseo de hacerle muy mío, de hacer que me necesitase tanto como yo le necesitaba a él. Como si no hubiese nada más en el mundo, me dejé llevar por su boca y él se dejó llevar por la mía. Juntos, sin palabras, ni silencios, sólo con besos, decidimos que haríamos el mundo nuestro. Decidimos no separarnos nunca. Decidimos que todo nuestro pasado estaría olvidado para pasar a labrarnos otra vida nueva, en la que no tuviésemos que arrepentirnos de nada, en la que, juntos, decidiríamos todo sólo con besos. Inventamos un mundo lleno de apretones de manos, y de trozos de sol y lluvia. Lleno de abrazos y dudas de amor, llenito de vacilaciones bonitas. Decidimos que no nos pediríamos lado de la cama, que nos reiríamos mientras nos cepillábamos los dientes y que no habría nada que temer. Que juntos de la mano éramos únicos, y los te quiero por teléfono eran los más bonitos. Que por lo que veo, sólo yo hablaba de futuro.